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NUEVO AMANECER ESPÍRITA

Actualizada: 15 Junio 2025, 21:50 h. España


"EL PROBLEMA DEL SER, DEL DESTINO Y DEL DOLOR"

León Denis

Presento, de este Libro de León Denis, la Introducción del mismo, por cuanto muestra la claridad de entendimiento de su autor, así como la profundidad de sus análisis y consideraciones de la sociedad humana, para estimular a la lectura completa de su obra. El Libro está referido en el Portal de la Web, dentro del apartado "Libros diversos espíritas", en opciones de PDF y de EPUB.

INTRODUCCION:

Una dolorosa observación sorprende al pensador en el ocaso de la vida. Resulta también, más punzantes las impresiones sentidas en su giro por el espacio. Reconoce él entonces que, si las enseñanzas administradas por las instituciones humanas, en general - religiones, escuelas, universidades -, nos hacen conocer muchas cosas superfluas, en compensación casi nada enseña de lo que más precisamos conocer para la orientación de la existencia terrestre y preparación para el Más Allá.

Aquellos a quienes incumbe la alta misión de ilustrar y guiar el alma humana parecen ignorar su naturaleza y su verdadero destino.

En los medios universitarios reina todavía una completa incertidumbre sobre la solución del más importante problema con que el hombre jamás se enfrenta en su paso por la Tierra. Esa incertidumbre se refleja en toda la enseñanza. La mayor parte de los profesores y pedagogos aparta sistemáticamente de sus lecciones todo lo que se refiere al problema de la vida, las cuestiones de extensión y finalidad...

La misma impotencia encontramos en los sacerdotes. Por sus afirmaciones desprovistas de pruebas, apenas consiguen comunicar a las almas que le son confiadas una creencia que ya no corresponde a las reglas de una critica sana ni a las exigencias de la razón.

Efectivamente, en la universidad, como en la Iglesia, el alma moderna no encuentra sino oscuridad y contradicciones en todo lo que respecta al problema de su naturaleza y de su futuro. Es a ese estado de cosas que se debe atribuir, en gran parte, los males de nuestra época, la incoherencia de las ideas, el desorden de las conciencias, la anarquía moral y social.

La educación que se da a las generaciones es complicada; más, no les aclara el camino de la vida, no les da el temple necesario para las luchas de la existencia. La enseñanza clásica puede guiar en el cultivo, en el ornamento de la inteligencia; no inspira, entre tanto, a la acción, al amor, a la dedicación. Todavía menos obtiene se haga una concepción de la vida y del destino que desarrolle las energías profundas del yo y nos oriente los impulsos y los esfuerzos para un fin elevado. Esa concepción, entre tanto, es indispensable a todo ser, a toda sociedad, porque es el sustentáculo, el consuelo supremo en las horas difíciles, el origen de las virtudes viriles y de las altas inspiraciones.

Carl du Prel refiere el siguiente hecho:

"Un amigo mío, profesor de la universidad, pasó por el dolor de perder una hija, lo que le reavivó el problema de la inmortalidad. Se dirigió a los colegas, profesores de Filosofía, esperando encontrar consuelo en sus respuestas. Amarga decepción: pidiera pan, y le ofrecían una piedra; buscaba una afirmación, le respondían con un tal vez!"

Sarcev , modelo completo del profesor universitario, escribía; "Estoy en la Tierra. Ignoro absolutamente como vine aquí ni como aquí fui lanzado. No ignoro menos como de aquí saldré ni lo que será de mí cuando lo haga."

Nadie lo confesaría más francamente: la filosofía de la escuela, después de tantos siglos de estudio y de labor, es todavía una doctrina sin luz, sin calor, sin vida.

El alma de nuestros hijos, sacudida entre sistemas variados y contradictorios -el positivismo de Auguste Comte, el naturalismo de Hegel, el materialismo de Stuart Mill, el eclectismo de Cousin, etc.-, fluctúa incierta, sin ideal, sin fin preciso.

De ahí el desánimo precoz y el pesimismo disolvente, molestia de las sociedades decadentes, amenazas terribles para el futuro, al que se junta el escepticismo amargo y burlón de tantos mozos de nuestra época; no creen en nada más que en la riqueza, no honran nada más que el éxito.

El eminente profesor Raoul Pictet señala ese estado de espíritu en la Introducción de su última obra sobre las Ciencias Psíquicas. Habla él del efecto desastroso producido por las teorías materialistas en la mentalidad de sus alumnos, y concluye así:

"Esos pobres mozos admiten que todo lo que pasa en el mundo es efecto necesario y fatal de condiciones primarias, en las que la voluntad no interviene; consideran que la propia existencia es, forzosamente, juguete de la fatalidad ineluctable, a la cual están entregados de pies y manos atadas.

Esos mozos cesan de luchar enseguida ante las primeras dificultades. Ya no creen en sí mismos. Se tornan tumbas vivas, donde se encierran, promiscuamente, sus esperanzas, sus esfuerzos, sus deseos, fosa común de todo lo que hace latir el corazón hasta el día del envenenamiento. He visto esos cadáveres ante sus escritorios y en el laboratorio, y me ha causado pena verlos.”

Todo eso no es solamente aplicable a una parte de nuestra juventud; más, también, a muchos hombres de nuestro tiempo y de nuestra generación, en los cuales se puede verificar una especie de postración moral y de abatimiento, F. Myers lo reconoce, igualmente: "Hay", dice él, "como que una inquietud, un disgusto, una falta de confianza en el verdadero valor de la vida. El pesimismo es la enfermedad moral de nuestro tiempo."

Las teorías de Reno, las doctrinas de Nietzsche, de Schopenhauer, de Haeckel, etc., mucho contribuyeron, a su vez, para determinar ese estado de cosas. Su influencia por todas partes se extiende. Se les debe atribuir, en gran parte, ese lento trabajo, obra oscura de escepticismo y de desánimo, que se desarrolla en el alma contemporánea, esa desagregación de todo lo que fortificaba la alegría, la confianza en el futuro, las cualidades viriles de nuestra raza.

Es tiempo de reaccionar con vigor contra esas doctrinas funestas, y de buscar, fuera de la órbita oficial y de las viejas creencias, nuevos métodos de enseñanza que correspondan a las imperiosas necesidades de la hora presente, es preciso disponer los Espíritus para los reclamos, los combates de la vida presente y de las vidas posteriores; es necesario, sobre todo, enseñar al ser humano a conocerse, a desarrollar, bajo el punto de vista de sus fines, las fuerzas latentes que en él duermen.

Hasta aquí, el pensamiento se confinaba en círculos estrechos: religiones, escuelas, o sistemas, que se excluyen y combaten recíprocamente. De ahí esa división profunda de los espíritus, esas corrientes violentas y contrarias, que perturban y confunden al medio social.

Aprendamos a salir de estos círculos austeros y a dar libre expansión al pensamiento, cada sistema contiene una parte de verdad; ninguno contiene la realidad entera.

El universo y la vida tienen aspectos muy variados, por demás numerosos para que un sistema pueda abrazar a todos. De estas concepciones disparatadas, se deben recoger los fragmentos de verdad que contienen, aproximándolos y poniéndolos de acuerdo; es necesario, después, unirlos a los nuevos y múltiples aspectos de la verdad que descubrimos todos los días, y encaminarnos hacia la unidad majestuosa y hacia la armonía del pensamiento.

La crisis moral y la decadencia de nuestra época provienen, en gran parte, de haberse el espíritu humano inmovilizado durante mucho tiempo. Es necesario arrancarlo de la inercia, de las rutinas seculares, llevarlo a las grandes altitudes, sin perder de vista las bases sólidas que le viene a ofrecer una ciencia engrandecida y renovada. Esta ciencia del mañana, trabajamos en construirla.

Ella nos dará el criterio indispensable, los medios de verificación y de comparación, sin los cuales el pensamiento, entregado a sí mismo, estará siempre en riesgo de desvariar.

*

La perturbación y la incertidumbre que verificamos en la enseñanza repercuten y se encuentran, decíamos, en el orden social entero.

En todas partes, adentro como afuera, la crisis existe, inquietante. Bajo la superficie brillante de una civilización esmerada, se esconde un malestar profundo. La irritación crece en las clases sociales. El conflicto de los intereses y la lucha por la vida se tornan, día a día, más ásperos. El sentimiento del deber se ha debilitado en la conciencia popular, a tal punto, que muchos hombres ya no saben dónde está el deber. La ley del número, o sea, de la fuerza ciega, domina más que nunca. Pérfidos retóricos se dedican a desencadenar las pasiones, los malos instintos de la multitud, a propagar teorías nocivas, a veces criminales. Después, cuando la marea sube y sopla el viento de tempestad, ellos alejan de sí toda la responsabilidad.

¿Dónde está, pues, la explicación de este enigma, de esta contradicción notable entre las aspiraciones generosas de nuestro tiempo y la realidad brutal de los hechos? ¿Por que un régimen que suscitara tantas esperanzas amenaza llegar a la anarquía, a la ruptura de todo el equilibrio social?

La inexorable lógica va a respondernos: la Democracia, radical o socialista, en sus masas profundas y en su espíritu dirigente, inspirándose en las doctrinas negativas, no podía llegar sino a un resultado negativo para la felicidad y elevación de la Humanidad. !Tal el ideal, tal el hombre; tal la nación, tal el país!

Las doctrinas negativas, en sus consecuencias extremas, llevan fatalmente a la anarquía, o sea, al vacío, a la nada social. La historia humana ya lo ha experimentado dolorosamente.

En cuanto se trató de destruir los restos del pasado, de dar el último golpe en los privilegios que restaban. La Democracia se sirvió hábilmente de sus medios de acción. Pero hoy, importa reconstruir la ciudad del futuro, el basto y poderoso edificio que debe abrigar al pensamiento de las generaciones. Ante esas tareas, las enseñanzas negativas muestran su insuficiencia y revelan su fragilidad; vemos a los mejores operarios debatirse en una especie de impotencia material y moral.

Ninguna obra humana puede ser grande y duradera si no se inspira, en la teoría y en la práctica, en sus principios y en sus explicaciones, en las leyes eternas del universo. Todo lo que es concebido y edificado fuera de las leyes superiores se funda en la arena y se desmorona.

Ahora, las doctrinas del socialismo actual tienen una tara capital. Quieren imponer una regla en contradicción con la Naturaleza y la verdadera ley de la Humanidad: el nivel igualitario.

La evolución gradual y progresiva es la ley fundamental de la Naturaleza y de la vida. Es la razón de ser del hombre, la norma del Universo. Insubordinarse contra esa ley, sustituirla por otro fin, sería tan insensato como querer parar el movimiento de la Tierra o el flujo y el reflujo de los océanos.

El lado más débil de la doctrina socialista es la ignorancia absoluta del hombre, de su principio esencial, de las leyes que presiden su destino. Y cuando se ignora al hombre individual, ¿cómo se podría gobernar al hombre social?

El origen de todos nuestros males está en nuestra falta de conocimiento y en nuestra inferioridad moral. Toda la sociedad permanecerá débil, impotente y dividida durante todo el tiempo en que la desconfianza, la duda, el egoísmo, la envidia y el odio la dominen. No se transforma una sociedad por medio de leyes. Las leyes y las instituciones nada son sin las costumbres, sin las creencias elevadas. Cualesquiera que sean la forma política y la legislación de un pueblo, si él posee buenas costumbres y fuertes convicciones, será siempre más feliz y poderoso que otro pueblo de moralidad inferior.

Siendo una sociedad la resultante de las fuerzas individuales, buenas o malas, para mejorar la forma de esa sociedad es preciso actuar primero sobre la inteligencia y sobre la conciencia de los individuos.

Más, para la Democracia socialista, el hombre interior, el hombre de la conciencia individual no existe; la colectividad lo absorbe por entero. Los principios que ella adopta no son más que una negación de toda filosofía elevada y de toda causa superior. No se busca otra cosa sino conquistar derechos; entre tanto, el gozo de los derechos no puede ser obtenido sin la práctica de los deberes. El derecho sin el deber, que lo limita y corrige, solo puede producir nuevas dilaceraciones, nuevos sufrimientos.

Aquí está por que el impulso formidable del Socialismo no haría sino desviar los apetitos, las ambiciones, los sufrimientos, y sustituir las opresiones del pasado por un despotismo nuevo, más intolerable todavía.

Ya podemos medir la extensión de los desastres causados por las doctrinas negativas. El Determinismo, el Monismo, el Materialismo, negando la libertad humana y la responsabilidad, minan las propias bases de la Ética universal. El mundo moral no es más que un anexo de la Fisiología, o sea, el reinado, la manifestación de la fuerza ciega e irresponsable. Los espíritus más cultos profesan el Nihilismo Metafísico, y la masa humana, el pueblo, sin creencias, sin principios fijos, está entregados a hombres que explotan sus pasiones y especulan con sus ambiciones.

El Positivismo, a pesar de ser menos absoluto, no es menos funesto en sus consecuencias. Por sus teorías de lo desconocido, suprime él las nociones de finalidad y de larga evolución. Toma al hombre en la fase actual de su vida, simple fragmento de su destino, y le impide ver hacia adelante y hacia tras de sí. Método estéril y peligroso, hecho, parece, para ciegos de espíritu, y que se ha proclamado muy falsamente como la más bella conquista del espíritu moderno.

Tal es el actual estado de la Sociedad. El peligro es inmenso y, si alguna gran renovación espiritualista y científica no se produjese, el mundo zozobraría en la incoherencia y en la confusión.

Nuestros hombres de gobierno sienten ya lo que les cuesta vivir en una sociedad en que las bases esenciales de la moral están perturbadas, en que las sanciones son ficticias o impotentes, en que todo se funde, hasta la noción elemental del bien y del mal.

Las iglesias, es verdad, a pesar de sus fórmulas anticuadas y de su espíritu retrógrado, agrupan todavía a su alrededor a muchas almas sensibles; pero, se tornarán incapaces de conjurar el peligr o, por la imposibilidad en que se colocaran de ofrecer una definición precisa del destino humano y del Más Allá, apoyada en hechos probados y bien establecidos. La religión, que tendría, sobre ese punto capital, el más alto interés en pronunciarse, se conserva en el vacío.

La Humanidad, cansada de los dogmas y de las especulaciones sin pruebas, se hundió en el materialismo, o en la indiferencia. No hay salvación para el pensamiento, sino en una doctrina basada sobre la experiencia y el testimonio de los hechos.

¿De donde vendrá esa doctrina? ¿Del abismo en que nos arrastramos, que poder nos librará? ¿Que ideal nuevo vendrá a dar al hombre la confianza en el futuro y el fervor por el bien? En las horas trágicas de la Historia, cuando todo parecía perdido, nunca faltó el socorro. El alma humana no se puede hundir totalmente y perecer. En el momento en que las creencias del pasado se oscurecen, una nueva concepción de la vida y del destino, basada en la ciencia de los hechos, reaparece. La gran tradición revive bajo formas engrandecidas, más nuevas y más bellas. Muestra a todos un futuro lleno de esperanzas y de promesas. Saludemos el nuevo reino de la Idea, victoriosa de la Materia, y trabajemos para prepararle el camino.

La tarea a cumplir es grande. La educación del hombre debe ser enteramente rehecha. Esa educación, ya lo vimos, ni la Universidad, ni la Iglesia están en condiciones de ofrecer, puesto que ya no poseen las síntesis necesarias para aclarar la marcha de las nuevas generaciones. Una sola doctrina puede ofrecer esa síntesis, la del Espiritualismo científico; ella ya sube en el horizonte del mundo intelectual y parece que ha de iluminar el futuro.

A esa filosofía, a esa ciencia, libre, independiente, emancipada de toda presión oficial, de todo compromiso político, los descubrimientos contemporáneos traen cada día nuevas y preciosas contribuciones. Los fenómenos del Magnetismo, de la radioactividad, de la telepatía, son aplicaciones de un mismo principio, manifestaciones de una misma ley, que rige conjuntamente el ser y el Universo.

Después de algunos años de labor paciente, de experimentaciones concienzudas, de pesquisas perseverantes, y la nueva educación habrá encontrado su fórmula científica, su base esencial. Ese acontecimiento será el mayor suceso de la Historia, desde el aparecimiento del cristianismo.

La educación, se sabe, es el más poderoso factor de progreso, pues contiene en germen todo el futuro. Más, para ser completa, debe inspirarse en el estudio de la vida bajo sus dos formas alternantes, visibles e invisible s, en su plenitud, en su evolución ascendente hacia las cumbres de la naturaleza y del pensamiento.

Los preceptores de la Humanidad tienen, pues, un deber inmediato a cumplir. Es el de reponer al Espiritualismo en la base de la educación, trabajando para rehacer el hombre interior y la salud moral. Es necesario despertar al alma humana adormecida por una retórica funesta; mostrarle sus poderes ocultos, obligarla a tener conciencia de sí misma, a realizar sus gloriosos destinos.

La ciencia moderna analizó el mundo exterior; su comprensión del Universo objetivo es profunda eso será su honra y su gloria; más nada sabe todavía del universo invisible y del mundo interior. Es ese el imperio ilimitado que le resta conquistar. Saber por que lazos el hombre se liga al conjunto, descender las sinuosidades misteriosas del ser, donde la sombra y la luz se mezclan, como en la caverna de Platón, recorrer sus laberintos, los reductos secretos, auscultarle lo normal y lo profundo, la conciencia y la sub conciencia; no hay estudio más necesario. Mientras las Escuelas y las Academias no la hayan introducido en sus programas, nada habrán hecho por la educación definitiva de la Humanidad.

Ya, sin embargo, vemos surgir y constituirse una psicología maravillosa e imprevista, de donde va a derivar una nueva concepción del ser y la noción de una ley superior que abarca y resuelve todos los problemas de la evolución y del movimiento transformador.

*

Un tiempo se acaba; nuevos tiempos se anuncian. La hora en que estamos es una hora de transición y de parto doloroso. Las formas agotadas del pasado empalidecen y se deshacen para dar lugar a otras, al principio vagas y confusas, mas que se aclaran cada vez más. En ellas se esboza el pensamiento creciente de la humanidad.

El espíritu humano está trabajando, por todas partes, bajo la aparente descomposición de las ideas y de los principios; por todas partes, en la Ciencia, en el Arte, en la Filosofía y hasta en el seno de las religiones, el observador atento puede verificar que una lenta y laboriosa gestación se produce. La Ciencia, es sobretodo, lanza en profusión simientes de ricas promesas. El siglo que comienza será el de las potentes eclosiones.

Las formas y las concepciones del pasado, decíamos, ya no son suficientes. Por más respetable que parezca esa herencia, no obstante el sentimiento piadoso con que se pueden considerar las enseñanzas legadas por nuestros padres, se siente generalmente, se comprende que esas enseñanzas no fueron suficientes para disipar el misterio sofocante del porqué de la vida.

Se puede, todavía, en nuestra época, vivir y actuar con más intensidad que nunca; más, ¿se puede vivir y actuar plenamente, sin tener conciencia del fin a alcanzar? El estado del alma contemporánea pide, reclama una ciencia, un arte, una religión de luz y de libertad, que vengan a disiparle las dudas, liberarla de las viejas esclavitudes y de las miserias del pensamiento, guiarla hacia horizontes resplandecientes a los que se siente llevada por la misma naturaleza y por el impulso de fuerzas irresistibles.

Se habla mucho de progreso; más, ¿qué se entiende por progreso? Es una palabra vacía y sonora, en la boca de oradores la mayor parte materialistas, ¿o tiene un sentido determinado? Veinte civilizaciones han pasado por la Tierra, iluminando con sus albores la marcha de la Humanidad, sus grandes luces brillaron en la noche de los siglos; después, se extinguieron. Y el hombre no discierne todavía, atrás de los horizontes limitados de su pensamiento, el Más Allá sin límites adonde lo lleva el destino. Impotente para disipar el misterio que lo cerca, arruina sus fuerzas en las obras de la Tierra y huye a los esplendores de su tarea espiritual, tarea que hará su verdadera grandeza.

La fe en el progreso no camina sin la fe en el futuro, en el futuro de cada uno y de todos. Los hombres no progresan y no adelantan, sino creyendo en el futuro y marchando con confianza, con certeza hacia el ideal entrevisto.

El progreso no consiste solamente en las obras materiales, en la creación de máquinas poderosas y de toda la herramienta industrial; de la misma manera, no consiste en descubrir procesos nuevos de arte, de literatura o formas de elocuencia. Su mayor objetivo es asir, alcanzar la idea primordial, la idea madre que ha de fecundar toda la vida humana, la fuente elevada y pura de donde han de dimanar conjuntamente las verdades, los principios y los sentimientos que inspirarán las obras de peso y las nobles acciones.

Es tiempo de comprenderlo: la civilización no se puede engrandecer, la Sociedad no puede subir, sin un pensamiento cada vez más elevado, sin una luz más viva, no vinieren a inspirar, iluminar los espíritus y tocar los corazones, renovándolos. Solamente la idea es madre de la acción. Solamente la voluntad de realizar la plenitud del ser, cada vez mejor, cada vez mayor, nos puede conducir a las cumbres lejanas en que la ciencia, el Arte, toda la obra humana, en una palabra, hallará su expansión, su regeneración.

Todo nos lo dice, el Universo es regido por la ley de la evolución, es eso lo que entendemos por la palabra progreso. Y nosotros, en nuestro principio de vida, en nuestra alma, y en nuestra conciencia, estamos para siempre sometidos a esa ley. No se puede desconocer, hoy, esa fuerza, esa ley soberana ella conduce al alma y sus obras, a través del infinito del tiempo y del espacio, a un fin cada vez más elevado; más, esa ley no es realizable sino por nuestros esfuerzos.

Para hacer una obra útil, para cooperar en la evolución general y recoger todos sus frutos, es preciso, antes de todo, aprender a discernir, a reconocer la razón, la causa y el fin de esa evolución, saber adonde ella conduce, a fin de participar, en la plenitud de las fuerzas y de las facultades que dormitan en nosotros, de esa ascensión grandiosa.

Nuestro deber es trazar la trayectoria a la Humanidad futura, de la que somos todavía parte integrante, como nos lo enseñan la comunión de las almas, la revelación de los grandes Instructores invisibles y como la Naturaleza lo enseña también por sus millares de voces, por la renovación perpetua de todas las cosas, a aquellos que la saben estudiar y comprender.

Vamos, pues, hacia el futuro, hacia la vida siempre renaciente, por la vía inmensa que nos abre un Espiritualismo regenerado!

Fe del pasado, ciencias, filosofías, religiones, iluminaos con una llama nueva; sacudid vuestros viejos sudarios y las cenizas que os cubren. Escuchad las voces reveladoras del túmulo; ellas nos traen una renovación del pensamiento con los secretos del Más Allá, que el hombre tiene necesidad de conocer para vivir mejor, actuar mejor, y morir mejor!

Paris, 1908 León Denis.

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El Libro tiene el siguiente Índice de materias que aborda:

ÍNDICE:

Introducción.

PRIMERA PARTE - El PROBLEMA DEL SER.

I - La evolución del pensamiento.

II - El criterio de la Doctrina de los Espíritus.

III - El Problema del Ser.

IV - La Personalidad Integral.

V - El alma y los diferentes estados del sueño.

VI - Desprendimiento y exteriorización. Proyecciones telepáticas.

VII - Manifestaciones después de la muerte.

VIII - Estados vibratorios del alma. La memoria.

IX - Evolución y finalidad del alma.

X - La Muerte.

XI - La vida en el Más allá.

XII - Las misiones, la vida superior.

SEGUNDA PARTE - El PROBLEMA DEL DESTINO.

XIII - Las vidas sucesivas. La reencarnación y sus leyes.

XIV - Las vidas sucesivas. Pruebas experimentales. Renovación de la memoria.

XV - Las vidas sucesivas. Los niños-prodigio y la herencia.

XVI - Las vidas sucesivas. Objeciones y criticas.

XVII - Las vidas sucesivas. Pruebas históricas.

XVIII - Justicia y responsabilidad. El problema del mal.

XIX – La ley de los destinos.

TERCERA PARTE - LAS POTENCIAS DEL ALMA.

XX - La Voluntad.

XXI - La conciencia. El sentido íntimo.

XXII - El libre-albedrío.

XXIII - El Pensamiento.

XXIV - La disciplina del pensamiento y la reforma del carácter.

XXV - El Amor.

XXVI - El Dolor.

XXVII - Revelación por el dolor.

Profesión de fe del siglo XX.

 

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